Pasaje solitario por calles desiertas
ardiendo por tu ausencia, cigarrillos que se desvanecen poco a poco
con el viento cálido que sopla desde la estepa, niebla que hace
opaco el horizonte, arena con alas que pasea, traviesa, por la
ciudad.
Camino sin rumbo hacia un destino
desconocido de dudas y suposiciones, un lugar donde la esperanza se
convierte en el arma más fuerte mientras que el miedo se convierte
en tu peor enemigo. Valor. Valor inexistente. Valor cobarde. Valor
vacío. Tu mejor compañía en manos de lo superfluo, lo onírico.
Pasa el tiempo y mi consciencia cavila
sobre las cuestiones vitales que atormentan mi presente, preocupado
de sobrevivir al día a día.
Me detengo, agotado por la ausencia de
sentido y por la eternidad del camino nunca antes andado. Mi cuerpo
se derrumba, anclando mis rodillas al asfalto ardiente que estaba
bajo mis pies. Una gota de sudor atraviesa mi rostro verticalmente
hasta fundirse con los tejidos de mi indumentaria. Miro al cielo y
veo la inmensidad del universo ante mis ojos, sorprendiéndome en
cada astro fijado arbitrariamente en el manto que constituye el
cielo.
Una respuesta, una iluminación, un
instante de clarividencia que aclara la tormenta que atravesaba mis
pensamientos.
Tiempo. Tiempo... Tantos meses buscando
la solución y resulta que es tan simple como eso... Tiempo. El
tiempo coloca sabiamente cada cosa en su lugar y provee el camino con
las herramientas adecuadas, para lograr los objetivos que él cree
oportunos para nuestra vida.
Permanecí sentado contemplando la
respuesta que el cielo dibujaba para mí. Saco un cigarrillo y
espero... Espero...
Alejandro Palma
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